domingo, 29 de noviembre de 2009

Capítulo XIV: Back in Bangkok


Tardé casi dos meses en completar el círculo siguiendo las agujas del reloj: Norte de Tailandia, Norte de Laos, Vietnam entero, Camboya y vuelta a la línea de salida. Estas semanas me han hecho subir algunos rangos en la jerarquía del mochilismo; digamos que Bangkok tiene dos tipos de viajeros: los que llegan al Sudeste Asiático y los que se van. No es difícil diferenciarlos: los primeros suelen usar zapatillas deportivas, riñonera o camisetas transpirables y tienen esa expresión ansiosa de quien espera una batalla. Yo ya puedo decir que pertenezco al segundo tipo, el de los que dan más información de la que reciben.


Luego hay una tercera clase integrada por aquellos que viajan durante un año o más. A estos se les reconoce porque adquieren poco a poco un aspecto oriental: comen una vez al día para ahorrar, adelgazan, casi no se cambian de ropa y se vuelven tranquilísimos. Los más condecorados incluso se dejan las uñas largas, algo muy común en la región.


Así que vuelvo a Bangkok sin rastro de inquietud, y salgo a recorrer la calle Khao San con otro español para terminar en un club de inspiración árabe llamado "Gazebo", donde un grupo de tailandeses manirrotos nos convida a sentarnos con ellos. Son muy simpáticos, hablan buen inglés y parecen no tener nada que hacer, así que quedamos con ellos para que nos enseñen la ciudad al día siguiente.


Siam Square tiene alma de Tigre Asiático, con sus gigantescos edificios comerciales iluminados a la última, el todopoderoso monorrail o Sky Train silbando por encima de las aceras, la marea de compradores compulsivos y tailandeses adinerados vestidos como Neo en cibercafés futuristas.


La tarde siguiente la dediqué a un pequeño gimnasio de Muay Thai conocido por su intensidad, situado entre dos edificios cercanos a la zona mochilera. Dió la casualidad de que allí entrenaba Chris Forster, sueco de origen africano y uno de los campeones del mundo en la disciplina. Pese a su estatura de tailandés, Forster lanzaba unas patadas violentísimas que tiraban por tierra al sparring, mucho más corpulento. Los demás dejaban de practicar para observar sus métodos y aprender, imitar sus giros en el aire, la precisión de sus golpes. Estaba preparándose para pelear en el cumpleaños del rey, el 4 de diciembre.


También tengo que destacar la idiotez del día (siempre hay una: pagar un precio exagerado, equivocarse de bus, perder una oportunidad...); fue la de ir al Oriental Hotel, donde supuestamente se alojaban escritores ilustres en otra época. Tenía curiosidad por catar un ambiente de ultrarriqueza, por visitar el país de la ropa carísima y la cirugía estética (ellos también son parte del panorama). Pese a que llegué en pantalones cortos, chanclas, barba de tres días y posiblemente oliendo a sudor, me recibieron como a un duque, me guiaron a través de un salón enorme y lujosísimo lleno de empleados serviciales y me indicaron una mesa junto al río. Pedí una Coca Cola, acepté un Herald Tribune y me puse a observar. Pues eso: gente podrida de dinero. Me fijé en un tipo disfrazado de Sonny Crocket (bronceado exagerado, pelazo engominado, camisa blanca abierta y gafas de sol) que no dejaba de intentar llamar la atención carraspeando con fuerza o eructando, y mirando a su alrededor a ver quién le dedicaba unos segundos. Era un repelente, el tipo de persona a quien nunca se le ha negado nada y por tanto incapaz de no ser el centro de los mimos. Cada cinco minutos venía una tailandés uniformado a preguntar "¿Todo bien, señor?". Era muy incómodo. Pagué los cuatro eurazos de la Coca Cola y me marché a mi hotel de tres euros por noche.


Estaba siendo una semana muy completa; incluso me empezó a gustar el caos de Bangkok. Esa noche salí yo solo con los tailandeses; empezamos otra vez por Khao San y luego fuimos a una siniestra discoteca ilegal perdida por la calle Silom. A las cinco de la mañana, banquete de comida picante.


Dos días después me reuní en Koh Phi Phi con los dos argentinos más incendiarios del Sudeste Asiático: Fabricio y Juan, preparados para dominar la isla varias noches seguidas. Fueron días de bromas hispanas y playas paradisíacas que sólo parecen posibles en fotografía (allí se rodó la película "La playa"). La mejor forma posible de despedir a mis amigos y a Tailandia.


Yakarta, Indonesia.

1 comentario:

  1. Estuvista en la zona donde se rodó la película La Playa? joe Archi qué bueno, cómo me gustaría ir allí.

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