martes, 17 de noviembre de 2009

Capítulo XII: Érase una vez el Apocalipsis


Cada provincia, ciudad y familia de Camboya arrastra un peso terrible que resulta difícil de afrontar incluso a través de un museo tres décadas después. Es algo tan horrible y traumático que no se enseña en los colegios y que no se menciona en el debate público; tan aberrante, tan implacable, que podría dejar el Holocausto en una simple anécdota.


El 17 de abril de 1975 los jemeres rojos tomaron el poder en un país arrasado por la dictadura, la guerra civil y los bombardeos norteamericanos. Bautizaron aquel día como Año Cero e inmediatamente comenzaron a trabajar en su objetivo: aniquilar la civilización.


Evacuaron las ciudades y encerraron a la población en campos de trabajo, sellaron las fronteras, confiscaron los bienes, separaron a las familias, abolieron el dinero, prohibieron la medicina, persiguieron la cultura y montaron una máquina de represión tan eficaz que acabó con una cuarta parte de los camboyanos en sólo tres años.


El objetivo oficial era "construir el socialismo en tiempo récord" a través de un programa acelerado de ruralización, adoctrinamiento y supresión completa de la libertad individual. Para ello había que dar un paso más que Stalin o Mao y empezar por igualar las mentes eliminando de raíz la sabiduría, que, como se sabe, genera pluralidad, ideas y seres humanos distintos. Primero dividieron a la gente en dos clases: campesinos analfabetos y el resto, aquellos sospechosos de haber estudiado o tenido contacto con extranjeros. Los dirigentes se paseaban entre los esclavos ofrenciendo cursos y posibilidades de formación; aquellos que mostraban interés acababan en una fosa común, de ahí que se acabase diciendo "estudiar" como sinónimo de "ser ejecutado".

Pero al final no había distinciones: labradores, profesores, abogados, obreros, estudiantes, hombres, mujeres, niños, personas mayores y miembros del propio partido acabaron muriendo por hambre, enfermedades o muerte violenta (entre un millón y medio y dos millones, nunca se sabrá).



Detrás de todo esto había un intelectual comunista educado en París llamado Saloth Sar, de modales refinados y serena conversación. Saloth Sar (conocido por su nombre de guerra Pol Pot, o Hermano Número Uno) intentó convertir su partido, el Angka, en el único pariente de cada camboyano; tal era su arrogancia, su narcisismo, su voluntad de poder.


Puede verse como una vuelta de tuerca más en la interpretación radical del marxismo: contemplar al ser humano como plastilina que moldear (cambia la propiedad en los factores de producción y cambiarás la sociedad y la historia). Como dijo Albert Camus: "Algunas revoluciones empiezan hablando de libertad y acaban organizando a la policía".


Dos lugares en Phnom Penh recuerdan el genocidio: la prisión de Tuol Sleng (o S-21)y los "campos de la muerte", a las afueras. Son dos sitios silenciosos y aterradores, sobretodo el primero, que muestra miles de fotografías de las víctimas maltratadas y en estado de inanición, con las máquinas de tortura bien conservadas, los camastros de hierro para los interrogatorios y muchísimos carteles explicativos con apuntes, cifras e historias concretas.


"Una vez, una chica se puso a tararear una conocida canción occidental mientras trabajaba en los arrozales; los guardias la detuvieron y la mataron en el acto. Luego colgaron el cadáver públicamente como advertencia".


El paisaje de Camboya tenía que ser impresionante: ciudades vacías, hambre, jornadas de quince horas en el campo, megáfonos gritando órdenes, guardias patrullando, tensión, miedo, dormitorios colectivos, y muerte. Las montañas de calaveras desenterradas y expuestas en los museos están ahí como toque de atención junto a los carteles de prohibido sonreír: cuidado, la barbarie está a un paso.


El final de la tiranía llegó gracias a otra de las obsesiones de Pol Pot: revitalizar el viejo imperio jemer representado por la antigua ciudad de Angkor (cuyos trabajos de restauración frenó por completo, destruyendo incluso la documentación al respecto). Esta ansiedad nacionalista pasaba por recuperar los antiguos territorios camboyanos, y es así como el ejército campesino, mal armado, mal mandado, mal entrenado y hambriento tuvo la osadía de atacar Vietnam y provocar una invasión que acabó con una segunda caída de Phnom Penh, esta vez en manos vietnamitas.


Pol Pot y los suyos se refugiaron en el campo hasta la muerte de éste (prisionero de su propia organización), en 1998. Tras muchos años de espera, los camboyanos pueden ver por fin a algunos de aquellos asesinos sentados en el banquillo del Tribunal Internacional formado hace dos años. Sin embargo, se dice que muchos participantes del genocidio ocupan altos puestos en la administración, puede que protegidos por su influencia, por la indiferencia internacional y por la vergüenza colectiva que impide a los camboyanos abordar el horror y saldar cuentas (algo similar a lo que pasa en España, dicho sea de paso).


Por eso dicen que muchos camboyanos se refugian ahora en el esplendor de su historia medieval para recuperar un poco de amor propio y compensar semejante mal trago. Y ese esplendor tiene un símbolo: los Templos de Angkor.

2 comentarios:

  1. Me he quedado sin palabras... siempre he pensado que la IIGM fue la degradación del ser humano, pero no pensaba que se podía estar repitiendo tan cerca....

    ResponderEliminar
  2. te creeras que estaba imaginando, mientras leía, llevar a la escena este texto...

    ResponderEliminar