Primero llegó el calor, la ola de calor más intensa jamás conocida por Rusia. En la capital, los días transcurrían con esfuerzo y las noches eran todavía peores: pocos lugares de Moscú cuentan con un ventilador y mucho menos con aire acondicionado. No hay infraestructuras contra el calor ni tampoco costumbre.
A mediados de julio, 1.500 personas habían perecido ahogadas por todo el país, la mayoría con ayuda del vodka. La policía empezó a controlar el acceso a estanques y lagos para evitar que los ciudadanos se diesen un baño; así ocurría en Pushkino, a las afueras de Moscú. Decenas de grupos cruzaban el bosque, aplastaban la maleza y saltaban muros para eludir a la milicia y poder saborear un domingo a la orilla del lago. La vida moscovita ya era difícil cuando apareció otro enemigo: el humo.
Ocurrió a finales de julio; hoy, los incendios ya han arrasado 750.000 hectáreas de bosque en el centro y el oeste de Rusia, y la columna de contaminación ocupa una franja de 3.000 kilómetros que se ve desde el espacio. Ahora Moscú parece una discoteca mal ventilada: la ropa huele a chasca, pican los ojos y la nariz y los mocos salen negros, por eso muchos moscovitas intentan huir a otros lugares, como hizo Viacheslav: “Tengo una casa en Kazán, así que me fui el viernes y volví el lunes por la mañana para trabajar. No puedo estar en Moscú, no lo soporto”. (Kazán está a catorce horas en tren).
La alcaldía de Moscú reconoce que la tasa de mortalidad se ha duplicado en las últimas semanas hasta setecientos fallecidos al día (hipertensión, fallos respiratorios); en las filas ecologistas, Greenpeace acusa al Kremlin de reducir a la mitad el personal contra incendios y desmontar un dispositivo preventivo.
El fuego ha matado a 51 personas, y 2.000 han perdido su casa.
Pero ya han aparecido brotes de ayuda ciudadana; la iglesia de la calle Stanislavski acumula material para quienes se han quedado sin hogar. Tania, una de las organizadoras, explica la iniciativa: “Cada día viene gente a dejarnos todo tipo de cosas: ropa, cacerolas, juguetes, colchones... Por la tarde los voluntarios etiquetan y amontonan los objetos, que luego enviamos a las zonas más afectadas. Cualquier cosa vieja puede valer”.El “smog” también ha penetrado en el Instituto Pushkin de Lengua Rusa, donde las ventanas permanecen cerradas pese al calor extremo y algunos alumnos se pasean con mascarillas por los pasillos. Las burócratas de recepción han colocado cuadernos en las ventanillas para frenar la polución y se han tapado la cara con un pañuelo como si fuesen bandoleros. Varios estudiantes ya han tirado la toalla; Stefan, de Suiza, vuelve a su país semanas antes de lo previsto por miedo a enfermar: “Mis compañeros de habitación han aprovechado para visitar San Petersburgo y yo pensé hacer lo mismo, pero ya estuve allí y además no quiero seguir así, por eso me voy a casa”.
Hasta esa ciudad subterránea que es el metro de Moscú, preparado para acoger a población en caso de guerra nuclear, ha sucumbido al veneno. Hay quien se pasea con máscaras anti-gas como si se hubiese cumplido una amenaza de la guerra fría.
Sin embargo, este martes el ambiente se nota más despejado e incluso cayó una pequeña lluvia. Los rusos más optimistas confían en que a finales de semana todo vuelva a ser normalno.
Galería fotográfica publicada en cafebabel.com.
Archi te has fijado en que sitio que vas, sitio que la preparas? Humo del volcán por Europa, humo de incendio en Rusia... eres un poco vende humos.
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