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(Sí, las Torres Petronas).
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Tenía que llegar, la despedida. Siempre intento evitarlas (como dicen que hacen los franceses): mejor una palmadita en la espalda y un "nos vemos" que andar alargando y alargando hasta que todo se hace pomposo y alguien empieza a llorar. En realidad el viaje sigue en Beijing, desde donde no podré publicar porque la tiranía china no permite los dominios "blogspot", no vaya a ser que a sus súbditos les dé por expresarse o contrastar ideas. Allí completaré tres meses en Asia.
Me apetece continuar, pero la cámara de vídeo (con sus baterías, sus cables, el cargador y el creciente número de cintas) pesa cada día más y tampoco es cuestión de apretar las finanzas, que me tienen que dar para nuevos proyectos. Si me quedase por aquí, buscaría un lugar tranquilo (¿Sumatra? ¿sur de Laos?) donde leer y ver crecer la hierba durante dos o tres semanas para reponer las pilas y seguir caminando; le dedicaría su tiempo a Indonesia, recorrería Malasia, a lo mejor Myanmar, y daría el salto a las Filipinas. También volvería por Bangkok o Saigón para cultivar las amistades locales y quizás aprender otro idioma, Muay Thay, cocina o algo así. Cuanto más alargas la estancia, menos gastas por día (si vives con una familia local o te alquilas una habitación y comes como ellos, puedes tirar con siete euros diarios sin pasar ninguna necesidad).
Reflexión 1, para el extranjero:
Es verdad que las zonas más importantes se han vuelto muy turísticas, pero eso no impide que puedas empaparte a placer de la cultura local; siempre se puede coger una hora la moto y llegar a lugares donde puede que nunca hayan visto un occidental. Todo el mundo destaca la infinita variedad de opciones: si buscas perderte durante días por templos milenarios, practicar deportes de riesgo, descubrir tribus en montañas escarpadas, matarte a fiestas salvajes de veinticuatro horas, consumir drogas, recluirte en un monasterio, conocer gente o simplemente hacerte un viaje organizado, el sudeste asiático es el sitio.
Reflexión 2. Percepción de la realidad:
La vida cotidiana en estos países es más o menos esta (grosso modo, claro): levantarse a las seis y acostarse a las diez u once; tener muchos hijos; hablar mucho con amigos y vecinos de toda la vida y entregarse al sueño inevitable entre la una y las tres de la tarde; trabajar unas sesenta horas semanales para ganar sesenta euros al mes con los que pagar quince euros por la vivienda, la electricidad y el agua, veinte céntimos diarios para el kilo de arroz con el que se alimenta una familia, gastos colaterales y cuestiones de educación y salud, que son lo que más esfuerzo requiere (la prostitución es una lacra general, y aunque la alfabetización ya es casi completa, muchos niños tienen que trabajar; todo apunta a que las mujeres como los auténticos motores de la economía).
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(Estibadores en Sunda Kelapa, puerto de Yakarta). |
Reflexión 3. El azar ("la música del azar", como la novela de Paul Auster).
Normalmente cada uno tiene una rutina que respetar, y cuando queremos montar un plan hay que seleccionar momentos muy concretos que se escapen de esa rutina. Esto crea una vida previsible, blindada: mismo horario, mismos escenarios, misma gente... A veces conoces personas nuevas, pero hay que abonar el terreno lentamente para incluirlas en tu vida.
La dinámica de viajar rompe con eso: puedes entablar conversación en lugares tan insospechados como un puesto de noodles, un paso de zebra, un tren o un locutorio. En Madrid no se te ocurriría dirigirte a alguien porque sí, tiene que haber un motivo concreto (pedir la hora, por ejemplo). Aquí da un poco igual, porque sabes que el otro mochilero también está a quince mil kilómetros de su casa para acumular anécdotas que contar a la vuelta, y eso modifica tu viaje a cada paso: que acabes bebiendo cerveza con un grupo de holandeses locos, leyendo en el hotel o ligando depende del autobús que cojas por la mañana (ayer mismo compartí habitación con un indio que se había pateado Uzbekistán, Kirguizistán, Tayikistán y el norte de Afganistán, donde había convivido con los ismailitas, un pueblo pacífico dirigido por un tipo muy carismático llamado Ata Khan, creo recordar).

Una vuelta de tuerca más: cuando pasas con alguien una semana espectacular en Vietnam o Camboya y sabes que posiblemente no vas a volverle a ver en tu vida, la amistad avanza todos los pasos de golpe (hay personas de las que sé hasta las infidelidades de sus padres). Es como en las películas bélicas, cuando hay dos soldados cubiertos de barro en una trinchera hablando de sus traumas y sueños personales (entonces uno saca una foto de su novia Sally con la que va a comprar una rancho en Connecticut, y justo después lo matan).
Por eso muchos dicen que su viaje es la gente que conocen, o que viajar solo es la mejor forma de no estar solo.
(Esto ya se parece a una despedida sentimental).
Es como un adiós, pero no: mantendré el blog abierto por si en enero me apetece seguir publicando cosas sobre mi viaje sin un asiático fumando o viendo porno en el ordenador de al lado. Sabed que la aventura volverá como una serie de documentales. Os bombardearé cuando llegue el momento.
Muchas gracias por leerme y en 2010 no dejéis de venir al lugar donde se escondían los piratas.
Kuala Lumpur, Malasia.