
Dicen que los tailandeses adoran el norte de su país por la tradición y la tranquilidad que representa. Lo mismo se podría decir de los mochileros, que llegan allí en busca de un respiro tras haber sufrido Bangkok y las tumultuosas playas del sur.
Chiang Mai es un buen destino por sus parques públicos, sus estanques y cafés, sus decenas de librerías llenas de clásicos en inglés, su agreste entorno natural y sus célebres masajes de pies. Allí pasamos cinco días dedicados a salir y cultivar nuevas amistades. Una noche quedamos con gente que habíamos conocido el primer fin de semana en Bangkok, y al día siguiente con los del trekking (gigante polaco incluído). El sábado, Martín partió hacia Laos y Lukas y yo nos fuimos a aprender escalada, cortesía de los experimentados eslovenos.
Pero el norte esconde un lugar con más encanto, metido en las montañas y rodeado de pueblos de etnia china. Se llama Pai y hoy en día está considerado, dicen, uno de los enclaves más relajantes del mundo. Su población no pasa de los tres mil habitantes, sus calles están plagadas de música y exposiciones artísticas y junto a los mochileros podemos observar a abueletes de blancas barbas que llegaron hace cuarenta años para trabajar en granjas secretas perdidas en los bosques. Aquí es obligado buscar un bungalow (tres euros diarios) y alquilar una moto (dos euros al día, no es broma) para explorar cascadas, géiseres, templos y poblados de los alrededores.
Y eso hicimos el primer día: ocho horas a dos ruedas arriba y abajo, parando de vez en cuando para degustar Pad Thai o algún nuevo tipo de curry (sesenta céntimos de euro). Por la noche, cervezas e historias locales junto a viajeros veteranísimos que descansan en Pai indefinidamente.
Chiang Mai es un buen destino por sus parques públicos, sus estanques y cafés, sus decenas de librerías llenas de clásicos en inglés, su agreste entorno natural y sus célebres masajes de pies. Allí pasamos cinco días dedicados a salir y cultivar nuevas amistades. Una noche quedamos con gente que habíamos conocido el primer fin de semana en Bangkok, y al día siguiente con los del trekking (gigante polaco incluído). El sábado, Martín partió hacia Laos y Lukas y yo nos fuimos a aprender escalada, cortesía de los experimentados eslovenos.
Pero el norte esconde un lugar con más encanto, metido en las montañas y rodeado de pueblos de etnia china. Se llama Pai y hoy en día está considerado, dicen, uno de los enclaves más relajantes del mundo. Su población no pasa de los tres mil habitantes, sus calles están plagadas de música y exposiciones artísticas y junto a los mochileros podemos observar a abueletes de blancas barbas que llegaron hace cuarenta años para trabajar en granjas secretas perdidas en los bosques. Aquí es obligado buscar un bungalow (tres euros diarios) y alquilar una moto (dos euros al día, no es broma) para explorar cascadas, géiseres, templos y poblados de los alrededores.
Y eso hicimos el primer día: ocho horas a dos ruedas arriba y abajo, parando de vez en cuando para degustar Pad Thai o algún nuevo tipo de curry (sesenta céntimos de euro). Por la noche, cervezas e historias locales junto a viajeros veteranísimos que descansan en Pai indefinidamente.
Allí todo es fácil.
El cuarto y último día encontramos por casualidad un campo de entrenamiento de Muay Thai a las afueras, donde algunos extranjeros alquilan una cabaña y pasan allí varios meses cultivando cuerpo y alma por diez euros al día (con comida y todo, y es de los caros). Se levantan al amanecer para salir a correr, luego entrenan durante dos horas, comen, descansan, vuelven a correr y reciben otras dos horas de Muay Thai. Ducha, clase de tailandés y tiempo libre.
Pero ya he salido del oasis. Lukas ha vuelto a Bangkok para recibir a una amiga y yo estoy en Chiang Khong, desde donde mañana tomo un barco para navegar por el Mekong durante dos días y llegar a Luang Prabang, capital cultural de Laos. Se vienen una pareja de franceses y una chica de Nueva Caledonia.
El cuarto y último día encontramos por casualidad un campo de entrenamiento de Muay Thai a las afueras, donde algunos extranjeros alquilan una cabaña y pasan allí varios meses cultivando cuerpo y alma por diez euros al día (con comida y todo, y es de los caros). Se levantan al amanecer para salir a correr, luego entrenan durante dos horas, comen, descansan, vuelven a correr y reciben otras dos horas de Muay Thai. Ducha, clase de tailandés y tiempo libre.
Pero ya he salido del oasis. Lukas ha vuelto a Bangkok para recibir a una amiga y yo estoy en Chiang Khong, desde donde mañana tomo un barco para navegar por el Mekong durante dos días y llegar a Luang Prabang, capital cultural de Laos. Se vienen una pareja de franceses y una chica de Nueva Caledonia.
joe que variedad de culturas. Pues aquí ya sabes, currando el día de la Hispanidad, con Josu de día libre, recibiendo la llamada de tus antiguos compañeros a las 5 de la mañana y con el ejército desfilando por la Castellana.
ResponderEliminarAprovecha!!!
eeeeeeeeey archi¡¡ madre mía, fui de las primeras en agregar tu blog a "favoritos" y después de formatear el ordenador y trasladarme a Madrid, no encontraba otra vez esta ventana a la aventura asiática.
ResponderEliminarMe alegra que la cosa esté saliendo bien y que estes feliz por esos lares de dios¡¡ Cuidate un montón y que sepas que recordamos tela; eres el más grande¡¡ Bsos¡¡